El modo de pensar occidental ha pretendido ser siempre un pensamiento de poder. A partir del siglo XVI la oraganización religiosa, política y civil europea vio su expansión en territorios de ultramar. La colonización supuso la exporación y apropiación por derecho real y divino de todos los lugares descubiertos así como de sus habitantes.

El mundo se extendió en consecuencia, como un conjunto especialmente diversificado de recursos "naturales" que esperan ser descubiertos, explotados y transformados en sistemas de producción de diversos tipos (Harvey, 2009).

Fue entonces cuando se multiplicaron las definiciones cartográficas de soberanía, los privilegios clasistas y los valores de uso. Hoy en día, la mayoría de esos privilegios perduran. Las minorías étnicas viven arrinconadas en espacios cada vez más pequeños rediciendo sus raíces y tradiciones a una atracción turística capaz de satisfacer los deseos occidentales  de encontrar lo exótico y "salvaje".

La buenas intenciones blancas esconden tras de sí una tramposa idea de progreso que tiene que ver más con un comercio global nutrido de mano de obra barata que con ninguna idea de justicia.

Este proyecto supone para mí un enfrentamiento con el pasado histórico de mi país pero también es un enfrentamiento conmigo misma ya que auque yo no comparta los valores opresores de la colonización, una parte de esos valores está inserta en mí a través de mi herencia cultural.

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